El bloque legislativo regional

La coyuntura política siempre impone su impronta, obligando a enfocarse en lo urgente y postergando, irremediablemente, lo importante. Es ese, y no otro, el mayor escollo para la construcción de inteligentes estrategias políticas.
El Nordeste Argentino sabe de su escaso peso relativo en el concierto de las decisiones políticas nacionales. Lo conoce y lo sufre. Pero particularmente eso se hace más indisimulable cuando se trata de asuntos que requieren la atención del Parlamento, donde el número de legisladores de esta parte del país nunca parece significativo.
Es difícil asimilar la frustración que implica no haber sido capaces de conformar un bloque de legisladores de esta región. Otra sería la historia de estas provincias si se hubieran hecho escuchar en cada una de las emblemáticas votaciones en el recinto.
No ha sucedido ni en el Senado, ni tampoco en Diputados. En ambas cámaras, no se ha conseguido ese consenso que permita superar las diferencias políticas locales, reuniendo una cantidad relevante de representantes al menos en los momentos cruciales, frente a esos debates complejos. Nada de eso ha pasado, lamentablemente.
Muchos temas de la región merecen especial atención, sobre todo aquellos que tienen que ver con las cuestiones de  infraestructura. Un grupo vigoroso de parlamentarios determinados, podrían hacer valer sus legítimas pretensiones y seguramente darían que hablar compensando, de algún modo, la exigua potencia de cada provincia a la hora de negociar.
En los países más serios, con democracias más robustas, esta dinámica es casi una rutina. Para ciertas definiciones no importan los alineamientos partidarios, ni los mezquinos intereses a los que responde cada legislador. Lo que realmente define el voto de cada uno de ellos, son las cuestiones concretas que benefician de un modo directo a los ciudadanos de su distrito.
Justo es reconocer que se han hecho en el pasado algunos intentos. La idea madre era bastante simple. Solo había que reunir a legisladores de diferentes provincias, pero todas esas gestiones tuvieron poca perseverancia y ningún éxito. La mayoría de las veces terminaron interfiriendo cuestiones meramente domésticas, diferencias estrictamente personales y hasta las típicas intrigas del “pago chico” buscando esa pequeña ventaja para derrotar al circunstancial adversario local.
No existen dudas de que los gobernadores en general y los oficialismos provinciales en particular, apuestan mucho a lo que consideran su talento para seducir a propios y extraños. Ellos entienden que pueden obtener mucho sólo apelando a su pretendido estilo personal y su cuestionable experiencia política.
En ese esquema pocas veces comprenden la importancia de negociar ciertos apoyos parlamentarios a cambio del bienestar de la gente. Es evidente que lo consideran un aspecto secundario e irrelevante.
Los argumentos utilizados suelen ser falaces y además débiles. Sostienen que cualquiera de las principales provincias, de las más relevantes, tiene mucha más importancia que el resto, sólo porque dispone de una cantidad de legisladores que le permite intimidar al poder central. Afirman que en cambio, estas provincias poco pueden hacer frente a esa persuasiva herramienta matemática.
En realidad, se trata de una clásica verdad a medias. En primer lugar cabría decir que, a veces, se presentan ciertas extrañas circunstancias políticas que pueden hacer que todo termine dependiendo del voto de un solo legislador y que eso alcance para desnivelar la balanza. Ha pasado y justamente por eso, no es una simple especulación. Por otro lado una decena de Senadores o una veintena de Diputados tendrían, seguramente, muchas posibilidades de producir situaciones de corto plazo que hagan imprescindible su participación para la aprobación de leyes fundamentales.
Para alcanzar este gran desafío de conformar un conjunto consolidado de legisladores de la región hace falta mucho más que un poco de buena voluntad. Es preciso, ante todo, comprender a fondo la trascendencia que tendría semejante hecho político y su verdadero impacto en la región y el país. Pero se precisa también de otros requisitos que deberían estar presentes.
Da pena decirlo, pero el ingrediente más escaso por estas latitudes sigue siendo la grandeza de los dirigentes políticos. Construir este espacio compartido implica dejar de lado ciertos prejuicios, olvidar viejas rencillas y luchas electorales, privilegiar lo regional por sobre lo local y sobre todo, comprender los beneficios que genera una actitud de sostenida cooperación que de lugar a esa, tantas veces reclamada, agenda común.
No se trata de una meta imposible, pero resulta difícil ser optimista ante la evidente ausencia de señales contundentes. No es imprescindible que los gobernadores y líderes políticos de cada provincia tomen la posta aunque si sería deseable. Es vital que los legisladores de cada provincia, con independencia de sus orientaciones partidarias, den el necesario primer paso. Ellos si pueden hacerlo. En realidad, son los que deben hacerlo.
El cambio de escenario de la política nacional plantea una nueva oportunidad. Ayuda en esto la ausencia de mayorías parlamentarias automáticas y la necesidad que tendrá el Gobierno nacional de impulsar proyectos que precisan de números especiales para su aprobación.

Todos saben lo que tienen que hacer. Habrá que ver si tienen el coraje suficiente, si realmente se animan a encarar semejante reto, si la generosidad algún día logra ganarle a la eterna mediocridad.
Mientras tanto, parece que este sueño que tendrá que esperar, salvo que la sociedad se ponga los pantalones largos, recordándoles a los legisladores que su misión es representarlos y no representarse.

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