Sobre el papa, populismos, promesas y policías en la Cuba de los Castro

Idiotizado entre la ideología y la idolatría, al pueblo cubano, por tercera vez, lo sacan a las calles por resolución, y de nuevo el castrismo lo pone a desafinar avemarías y aleluyas ateas, entre risitas de ron y “segurosos” con ropa civil; mientras el Papa Francisco comienza su vía crucis anti-embargo norteamericano, en una procesión más política que pastoral, de La Habana D’Castro a Washington D.C.

Hubo todo tipo de oscurantismos obscenos durante las últimas semanas pre-papales en tanto tonta nación. Los cubanos, como cualquier pueblo en estado embrionario, somos una fuente infinita de superstición. Nos cagamos en la religión, pero nos consagramos a los rituales de santos y santerías. Dios es un Don Nadie en nuestro día a día, pero nos la pasamos haciendo promesas prometeicas a sus iconitos —y ahora también en la cola para venerar a su ministro en la Tierra, como si de otro Don Francisco mediático se tratara.

Si se compilasen las macroestadísticas de madurez mental, Cuba aún estaría zozobrando a la altura del siglo XVI. Amén de algunos trasplantes de corazón y metalurgias de hueso, hemos adelantado muy poco desde aquel arquetipo de rateros y reos, de arribistas y arcabuceros, de capataces y cardenales, de generales y doctores: seguimos siendo ese mismo arqueo-país abandonado a su suerte entre descarados y déspotas.

Así, nuestro capitalismo siempre fue mucho más rupestre que republicano. Y, con el tiro de gracia de la Revolución de 1959, nuestro marxismo tenía que nacer por fuerza —y por fórceps— medio medieval.

Con un tin de proto-peronismo y otro toque de Teología de la Liberación, entre nosotros, Jorge Mario Bergoglio no puede aspirar a haber sido un jesuita argentino y a la vez ser tenido del todo por Papa. Para colmo, viene a esta Cuba post-católica con el báculo de la misericordia, pero sin mencionar que aún se trata de aquella dictadura latinoamericana que más subvirtió a la democracia argentina, a la par que abiertamente pactaba con el General Videla —así en las votaciones de la ONU como en la maraña de las Malvinas.

Como si fuera un virgencito de carne y hueso a tamaño natural, también al Papa los cubanos con nuestro secularismo le hacemos promesas por escrito —a cambio de un milagro fáctico. La patria es hoy pragmatismo y Revolución rima con Raúl.

Así, en un par de murales expuestos en el santuario de los jesuitas en La Habana, se puede leer parte de la barbarie babélica de nuestra locura locuaz. Allí, con caligrafías cancaneantes y con el debido disimulo por tratarse de un Estado policial, manos anónimas —o no tanto— abusan de la confianza del Papa y lo emplazan a golpe de promesas.

Por ejemplo: le piden visas para escapar al extranjero; le piden indultos, antes y después de la sentencia judicial; le piden solucionar casos de la burocracia de bienes raíces; le piden empleo; le piden un carro, un móvil, una medalla, un mojón. Le piden, un poco redundantemente, el fin del embargo comercial a la isla. Y por supuesto, además de la palabra “amor”, a imitación del mayor general Fulgencio Batista en los años 50, le piden salud, salud, salud.

Los días de Jorge Bergoglio en Cuba serán, pues, de despliegue militar, arrestos masivos, misas infiltradas y las “voluntarias” movilizaciones laborales a título del Estado. Las visitas papales a nuestro comunismo caribe son como bajones de espiritualidad, apagones del alma que con cada pontífice se nos petrifica un poquito más. En el Eclesiastés del clan Castro sólo hay tiempo para el totalitarismo.

Pobres cubanos, tan cómodamente ciegos de castrismo y tan cómplicemente cobardes ante el menor rayito de luz.

Orlando Luis Pardo Lazo, Panampost.com

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