Dos cortinas retóricas

En América latina padecemos hoy una doble desinformación. Por un lado el cuento de la izquierda igualitarista y “redistributiva”, con amplia aceptación en la clase popular, la cual explica las masivas votaciones para los partidos del Foro de Sao Paulo; y por otro lado la histeria “anti-corrupción” de la clase media, también ignorante de la realidad, pero creyendo otro cuento distinto.

La verdad no se escucha, es totalmente silenciada e invisibilizada por los medios masivos, ocupados exclusivamente en anécdotas y chismes, escándalos, tramoyas y otros actos circenses propios de la “politiquería”, palabra aceptada ahora por la RAE, distinta a “política”, relativa al Gobierno y a los diferentes sistemas de Gobierno, sus cambios y reformas. Lo que la prensa diaria transmite en sus espacios de “noticias”, además de fútbol, no es política sino politiquería, desviando la atención de la gente, evitando así que vea los problemas de fondo, y que sepa cuáles son las soluciones reales.

Así la opinión pública se polariza a favor de uno u otro discurso, ambos falaces, de los cuales la prensa se hace eco en sus espacios de “análisis”. Pueden resumirse así:

(1) Por la izquierda, tenemos el “Socialismo del Siglo XXI”, combinando el vetusto recetario del marxismo económico, expuesto en el Manifiesto Comunista de 1848 (capítulo 2), con el Neo marxismo cultural de Gramsci y la Escuela de Frankfurt. Uno ataca verbalmente y de hecho a las empresas y los mercados con restricciones, prohibiciones e impuestos salvajes a toda actividad productiva, y de este modo empobrece nuestra calidad de vida. El otro apunta más en directo contra la vida, el matrimonio y la familia con la Agenda pro-aborto e ideología de género.

Hay diferencias. En Cuba y Venezuela p. ej., los marxistas ponen la presión en el primero, y por eso sus economías están casi destruidas; en Bolivia y Chile apuntan sus disparos retóricos y legislativos a la familia más que a la economía, que por eso aún se salva de la destrucción total. Pero cualquier día estas coordenadas pueden cambiar, si mudan los vientos político-partidistas y electorales.

(2) La clase media no ve el problema real, el marxismo, y cree que es “la corrupción”. En Brasil p. ej. se moviliza contra Dilma, o Lula, por “corruptos” y no por socialistas; cree que la solución es ponerlos en la cárcel. En Argentina la clase media votó por Macri “para meter presa a Cristina”, y ahora está furiosa con el Presidente, pero no porque su política es continuista y no hace ni una sola reforma de fondo, sino porque “todavía no mete presa a Cristina”.

Esta clase media es profundamente socialista; por eso no habla de los socialistas como tales sino como “seudo” socialistas, asumiendo que no lo son “de verdad, realmente”. Pretende sus almuerzos gratis del Estado, pero no los tiene, y cree que es “culpa de la corrupción”, de la “impunidad”, y de “instituciones que no funcionan”. Ciega en su necedad, tampoco ve ni entiende que un Presidente, sea bueno, mediocre o malo, no puede mandar o empujar a las rejas a los principales jefes opositores, por corruptos que sean, pues se echaría medio país encima.

Ni sabe la clase media que la izquierda es una mafia. Un “crimen organizado”. Hay muchas películas sobre mafias, pero las buenas son realistas, y las describen como son. Y los socialistas son así:

Los capos están en constante competencia entre ellos. Por eso las alianzas entre ellos son inestables. Y toda mafia adopta siempre una estructura jerárquica piramidal: debajo de los altos capos hay una segunda línea, los jefes medios, buscando ascender en la escala de poder; y hay una tercera y cuarta filas… presionando todos hacia arriba, para trepar.

Si un alto capo acumula demasiado poder, despierta en sus competidores la ambición de reemplazarlo. Y si no puede asegurarse una extensa y fuerte red de apoyos, tarde o temprano puede ser eliminado por sus competidores, convertidos en enemigos.

Pero la eliminación física no es la única vía, hay otra: entregarlo a los juzgados, tal vez mediante una delación. Siempre hay periodistas, fiscales y jueces buscando el papel de héroes, aspirando a grandes titulares de prensa, y dispuestos a asumir riesgos. Y el alto capo puede ir preso, pero de inmediato se abre concurso para ocupar su puesto, y es reemplazado. Y con él, su gente asciende. Hay promociones en la escala, ajustes, realineamientos y nuevas lealtades. A puertas cerradas descorchan el champán.

Entre socialistas es igual: con cada capo preso, otro emerge, el sistema se tonifica y refuerza con los ascensos de caras nuevas. Y de paso recupera legitimidad: los incautos siguen creyendo. Pero eso sólo si por fin, tras vueltas y vueltas en tribunales, escándalos de prensa y “marchas de calle”, el capo va a la cárcel. Lo que es improbable, pues la ley de la mafia es el silencio: los socialistas saben que si hoy le toca caer a Fulano, mañana puede caer Mengano o Zutano, y se cuidan las espaldas mutuamente.

Sin embargo, la retórica anti-corrupción sigue con su cuento.

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